Viaje a Tipuani
El famoso “camino de la muerte” no debería darme miedo, pues ya lo he transitado varias veces desde mi infancia. Sin embargo, esta vez presiento que el viaje va a ser muy diferente…
El chofer de la vieja vagoneta Toyota Land Cruiser, la única capaz de llegar hasta el pueblo de Tipuani, va masticando hojas de coca y parece indiferente a los precipicios de más de 900 metros de profundidad que se encuentran a pocos centímetros de los neumáticos en el angostísimo e inestable camino de tierra que ya ha cobrado innumerables vidas.
Hace menos de una semana, renuentemente, acepté trabajar en un proyecto de la cooperación alemana a la Reforma Educativa de Bolivia y hacerme cargo de uno de los municipios más inaccesibles del país, ubicado a unas 20 horas de viaje desde la ciudad de La Paz.
El miedo se acentúa, especialmente, cuando la vieja camioneta de transporte público debe retroceder por el angosto camino para dar paso a un pesado camión que viene en dirección contraría. Para empeorar la situación, el “camino de la muerte” es uno de los caminos con mayor pendiente en el mundo, debido a que en unas dos horas te lleva desde la cumbre de la cordillera, que se encuentra a 4500 metros de altura sobre el nivel del mar hasta los 600 metros de su base, que ya son Los Yungas tropicales del departamento.
Rápidamente, las cumbres nevadas se van convirtiendo en selvas tropicales montañosas llenas de una vegetación verde y muy húmeda, repleta de helechos y árboles retorcidos con grandes hongos y algas que cuelgan de sus ramas. El aroma a humedad y vegetación, la espesa niebla eterna y los maravillosos paisajes me llenan el alma. El canto de las aves, de los grillos e insectos y del viento es inspirador. ¡Estoy extasiado! De repente, un gran venado, que más parece un caballo, empieza a correr delante de nuestro vehículo asustado por nuestra presencia. Sin embargo, el chofer no se detiene y el pobre animal va corriendo delante de la vagoneta por el mismo camino en el que vamos, durante lo que me pareció una eternidad, hasta que de repente, ¡se lanza al precipicio! Todos nos quedamos sorprendidos y entristecidos. Sin embargo, el chofer nos dice que seguramente descendió por algún angosto sendero predeterminado como su ruta de escape. Todos esperamos que ese haya sido el caso.
El viaje continúa y, a medida que descendemos, el bosque se va volviendo intensamente verde y húmedo y, lo mejor de todo, lleno de vida silvestre. Luego, atravesamos hermosas cascadas y ríos cristalinos…
Al llegar a Tipuani, me siento cansado pero aliviado de haber sobrevivido a una increíble aventura llena de emociones. Inmediatamente, me alojo en el único hotel del “pueblo del oro”, como es conocido por las grandes cantidades de este mineral que se extrajeron pocas décadas atrás. Sin embargo, ahora solo quedan pequeñas minas y muchos soñadores que consiguen unos pocos gramos apenas suficientes para subsistir, para luego, atiborrarse de alcohol durante las noches para relajar los nervios por los peligros extremos que deben correr en sus precarias minas. Al día siguiente, me presento con el Alcalde, un hombrecito de mediana edad, gordito y bajito, muy amable y risueño, el cual, inmediatamente me da el mapa de las 11 escuelitas que existen en su municipio, y a las cuales debo llegar caminando o con la vieja vagoneta de la Alcaldía, por caminos que hacen parecer al “camino de la muerte” como un paseo por la avenida central de una moderna ciudad… Las experiencias vividas quedarán para siempre tatuadas en mi corazón y espíritu, junto con las maravillosas personas que conocí.
Unos meses después consigo espacio en el asiento delantero de la vieja vagoneta Land Cruiser que regresa a La Paz. Sin embargo, sale al final de la tarde, pues el chofer dice que es mucho mejor viajar de noche. Sin embargo, el regreso es muy diferente, pues a los pocos minutos que partimos empiezo a ver una gran humareda en el horizonte. Al seguir avanzando veo grandes llamas de un color rojo intenso en el cerro que se encuentra aledaño a nuestro camino. El fuego se extiende desde la base de una enorme montaña hasta casi la cima.
El chofer, que ya era mi amigo, me dice:
—No te preocupes, Jorge, lo que sucede es que están chaqueando.
—¿Chaqueando?, —le respondo—. ¿Qué es eso?
—Es cuando los campesinos queman la vegetación para despejar sus campos y poder sembrar sus cultivos.
—¡Pero están quemando todo el cerro! —le digo alarmado.
—No te preocupes, esto lo hacen todos los años en esta época. —Me responde tranquilamente.
¡¿Que no me preocupe?!, pienso alarmado, mientras veo la voracidad del incendio y me voy imaginando como estarán aquellos pobres venados que vimos al venir. Y, ¡¿qué será de los otros animalitos, insectos, árboles y de toda esa vida exuberante?! Para mi sorpresa, horror e impotencia veo que ese no es el único incendio. Prácticamente, ¡todos los cerros al borde del camino, durante el viaje de regreso, están en llamas!, hasta comenzar el ascenso a las cumbres nevadas que son la barrera natural que divide estas selvas montañosas con el Altiplano boliviano.
Para empeorar mi pesar, después descubro que, en la gran mayoría de los casos, estas personas queman todo un cerro lleno de vegetación y vida para sembrar apenas unas pequeñas parcelas. No debido a un acto de maldad, sino debido a que una vez iniciado el fuego, prácticamente, no hay como detenerlo, pues hacer cortafuegos; es decir, hacer amplios corredores alrededor de sus parcelas para que el fuego no pueda pasar, es demasiado esfuerzo para que estos campesinos malnutridos y empobrecidos puedan realizar. Claro, encender un fósforo es mucho más práctico, fácil y “real”; y no existen ni guardabosques ni policías que puedan multar o encarcelar a tanta gente.
Viajes con Bolivia Agropecuaria
¿Qué hacer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer? Son las preguntas que retumban en mi cabeza desde que regresé de Tipuani. El viaje me ha marcado de por vida. Siento una enorme responsabilidad de por lo menos colocar mi granito de arena para ayudar a toda esta fauna y flora que están siendo sistemáticamente destruidas sin ninguna piedad ni conciencia, sin que aparentemente nadie se conmueva. A casi todo el mundo con el que he hablado al respecto, le parece “normal” e inevitable. O, por lo menos, no ven ninguna solución viable y tampoco siento que “quieran” hacer algo al respecto. O, tal vez, solo se sienten tan impotentes e indignados que prefieren ignorar el tema para no tener que enfrentar las enormes responsabilidades que exigen estos tiempos. Pero, ¿cómo dar la talla?
Estoy borracho. Me estoy desahogando con uno de mis mejores amigos y confidentes, Sergio. El cual es veterinario y siento que me comprende.
—Yo he visto lo mismo en el Beni (otro departamento tropical de Bolivia donde él estudió) —me dice entristecido—. Deberías viajar con mi hermano mayor que hace el programa televisivo “Bolivia Agropecuaria” para ver toda la devastación que está ocurriendo en casi todos los rincones del país, no solo por los chaqueos, sino también por los madereros y por el crecimiento de las ciudades…
Al día siguiente, le tomo la palabra y me voy a buscar al Dr. José Antonio de la Peña para proponerle que me lleve a sus viajes como su camarógrafo, sin cobrarle nada por mi trabajo y ofreciéndole pagar yo mismo todos mis gastos de pasajes, comida y demás… Creo que, para un tacaño como él, fue una oferta que no pudo rechazar, pues la labor de hacer un programa televisivo, prácticamente solo, como lo venía haciendo desde hace 5 años, era realmente un acto heroico y un poco loco. Así que entre dos locos comenzamos a viajar por todo el país haciendo su programa televisivo, mostrando las actividades que se desarrollaban en las áreas rurales más alejadas. ¡Esta locura me duró 18 años!
La intención fue “dar voz a los sin voz”. No solo a los campesinos, sino también a todos los animales y hermosos seres que viven en las inmensas llanuras bolivianas, en sus fértiles valles y en sus heladas montañas.
Estos viajes fueron muy intensos y algunos bastante peligrosos. Solo para nombrar algunos, por ejemplo, cuando fuimos a las montañas nevadas de Potosí sufrimos un accidente casi mortal debido a que el chofer se durmió al pasar por un enorme precipicio. Nos salvamos de milagro al quedarnos atascados en una pequeña saliente de la montaña. O cuando fuimos a lo más remoto de las selvas amazónicas de Pando y nadé entre pirañas y caimanes para luego descubrir que un jaguar me había estado siguiendo durante casi todo el camino.
También tuve que filmar la extracción de miel de unas colmenas de abejas sin ningún equipo de protección… Y, una vez, mientras filmábamos en el zoológico de La Paz, el encargado cometió la imprudencia de sacar a un grupo de 8 cascabeles a un jardín cercano para que las filmáramos mejor… y todas comenzaron a escaparse por diferentes direcciones y, mientras el “experto”, prácticamente, peleaba con la más grande, yo mismo tuve que pescar al resto con un fierro de un metro de largo, como el que se ve en las películas, y meterlas de nuevo en su caja.
En otra ocasión nos colocaron trajes de buceo para ingresar a un criadero de truchas a orillas del lago Titicaca, el más alto del mundo, y, a mi parecer, uno de los más fríos también. Sin embargo, ¡uau, qué espectáculo!… En los valles interandinos me enamoré, pero, tal vez, esa fue la historia más peligrosa de todas…
Cuando los 18 años de viajes llegaron a su fin, no habían transcurrido en vano, pues a los pocos meses de haber comenzado esta odisea, tuvimos la inspiración de realizar la Enciclopedia Bolivia Agropecuaria, donde fuimos colocando lo mejor de los viajes en unos hermosos libros a todo color…
Investigación y aprendizaje
Cuando comenzamos a hacer los libros pensamos que nos iba a tomar menos de un año. Sin embargo, la tarea demostró ser mucho más ardua de lo que nos pudimos imaginar, especialmente, porque decidimos emular y, de ser posible, superar a la mejor enciclopedia de la historia del país, que era una enorme.
Los sacrificios para realizar todos estos viajes fueron muy grandes, pero fueron la base de inspiración e información de primera mano para escribir y realizar los libros que se iniciaron como la Enciclopedia Bolivia Agropecuaria de dos tomos y, posteriormente, se ampliaron a la Colección del mismo nombre de 7 libros adicionales. Por supuesto, para realizarlos no fue suficiente con solo viajar. Prácticamente, mientras el Dr. De La Peña hacia la mayoría de los viajes, tuve que pasar años aprendiendo gramática, redacción, diagramación, diseño gráfico, análisis estadístico, fotografía; las materias de los principales rubros agropecuarios y un sin fin de cosas. Terminé estudiando y leyendo más de 1500 libros; además, de recolectar información de prácticamente todas las bibliotecas, instituciones públicas y privadas del país, y entrevistar y hacerme corregir con literalmente cientos de expertos en los diferentes campos, para lograr el desafío de resumir “toda” la actividad agropecuaria de Bolivia. Al final tomó 18 años de intenso trabajo…
—¡Jorge, anda a trabajar! ¡Anda a ganar dinero! ¡La vida se está pasando y vos sigues con tus romanticismos!
Es la frase que escuchaba constantemente. Y, no era precisamente porque no trabajará, pues durante todo ese tiempo siempre fui realizando consultorías y otros trabajos en diferentes empresas. Fui jefe de un equipo de ventas de seguros internacionales y de otro que vendía paquetes de inversión en la bolsa de valores de EE.UU.; realicé consultorías para la Reforma Educativa, para el sistema de salud de la Fuerzas Armadas y otras instituciones; fui asesor general del Servicio Nacional de Patrimonio del Estado; estudié, prácticamente, todos los libros de leyes del país y de técnicas de negociación y liderazgo e intermedié en diversos conflictos judiciales por más de dos millones de dólares, logrando promover acuerdos casi imposibles y ganando todos los procesos para las personas que me contrataron… Pero siempre que reunía cierta cantidad de dinero, dejaba los “trabajos” y me dedicaba completamente a la inmensa tarea de producir libros llenos de fotografías, estadísticas, diagramas, dibujos y resúmenes de los emprendimientos agropecuarios más exitosos… Y, mi familia y amigos, se sentían indignados y enfurecidos al ver como dejaba de ganar bastante dinero a cambio de dedicarme a estudiar, investigar y escribir lo que parecía “La historia sin fin”, pues pasaban los años y nunca terminaba.
Siempre en la búsqueda constante de “dar la talla” con excelencia, fui estudiando y luego escribiendo algunos otros libros intermedios que me ayudaran con esta labor. Por ejemplo, como no sabía como combinar los colores en los innumerables gráficos, diagramas y fotografías, pero sí era muy bueno con las matemáticas, terminé realizando estudios que eventualmente me llevaron a elaborar el libro: Combinación matemática de los colores… Debido a que no sabía cómo escribir ni cómo recolectar la información de tan diversas fuentes, terminé escribiendo otro libro titulado: Comunicación efectiva, con técnicas para saber hablar, escuchar, escribir, leer, negociar y liderar. Debido a que no sabía como adquirir efectivamente tantos conocimientos de tantos rubros y fuentes diferentes, terminé escribiendo otro libro titulado: Cómo obtener 100% en cualquier examen… Además de realizar varios ensayos y estudios sobre la evolución del universo, de los animales, de las plantas y del ser humano…
Empresa Forestal El Dorado
Un día, a la mitad de este “loco” camino, me llama por teléfono Coquito, un compañero de curso de colegio y el que luego demostraría ser, no solo mi mejor amigo, sino literalmente un ángel en mi vida.
—¡Jorge, estamos haciendo una empresa para sembrar árboles maderables y vendérselos a las personas y empresas en todo el mundo! ¿Te interesa ser el Gerente Regional en La Paz?
¿Qué si me interesaba? —Por supuesto que sí— le respondí realmente emocionado, pues parecía que Dios me había enviado una luz al final del túnel. Pues, si bien ya había avanzado mucho en la elaboración de los libros, aún no había encontrado una solución “real y práctica” al tema de los chaqueos y de la destrucción de la naturaleza que tanto me habían conmovido.
A los pocos días comencé a trabajar en una céntrica oficina en el piso 11 del edificio Handal de la ciudad de La Paz. Pero, no todo lo que brilla es oro. Al poco tiempo me enteré que la empresa, si bien ya había sembrado las primeras 50 hectáreas de árboles maderables de las especies Teca y Serenó en el Chapare, que es la zona tropical del departamento de Cochabamba, justo al medio del país, aún no habían logrado vender ni 10 mil dólares en todo un año de esfuerzo. Por lo que solo podían pagarme un sueldo mínimo de 300 dólares mensuales más un porcentaje de las ventas que se hicieran en La Paz…
Bueno no era mucho, pero mi WHY (mi porque) era realmente grande. Así que no me pareció un problema mayor y comenzamos una encarnizada lucha comercial con otras dos empresas forestales que eran nuestra competencia y que tenían capitales de más de un millón de dólares cada una, lo que las hacía realmente temibles.
Los primeros 6 meses fueron bastante desalentadores. Preparé nuestras ofertas, carpetas de ventas, artes de publicidad y un sin fin de actividades. Cinco veces intenté reclutar equipos de ventas: sacamos anuncios en el periódico, hice la mejor selección posible e hicimos talleres de capacitación; sin embargo, al final, como dice Jack Ma, si alguien podía caminar, lo contratábamos… En fin, todos los intentos fracasaron. O bien los supuestos vendedores desertaban al no conseguir vender nada, o bien lo hacían tan mal (y nos hacían quedar tan mal) que teníamos que prescindir de ellos. Luego, incluso la secretaria renunció y los mismos dueños de la empresa ya no querían ayudar. Todo parecía perdido…
Sin embargo, un día todo comenzó a cambiar. Y, básicamente, todo comenzó por una hermosa mujer. Una changuita de 20 años, paraguaya, rubia, alta, de un cuerpo espectacular y una cara angelical; muy bien educada y, sobretodo, súper inteligente y, lo que descubrí al poco tiempo, con lo más parecido, que yo jamás haya visto, a una memoria fotográfica. Envió su curriculum aplicando para el puesto de secretaría. Ni bien vi su foto, ¡mi corazón empezó a latir intensamente! ¡Teníamos que contratarla! Le pedí a un compañero de trabajo, que tenía mucha experiencia en reclutamiento de personal, que la entrevistara y que la convenciera de trabajar con nosotros como mi secretaría personal. ¡Lo consiguió! El único problema, como descubrí al poco tiempo, fue que estaba enamorada de un no sé quién. Sin embargo, ese era un detalle menor, que no me impidió despertarme todos los días silbando para ir a trabajar, y que todos los clientes y vendedores quisieran venir a la oficina con cualquier excusa…
Y, ¡bum!, como arte de magia, al poco tiempo conseguí nuestros primeros dos vendedores que comenzaron a vender cada mes varias hectáreas de plantaciones forestales de 5000 y 8000 dólares. Al mes siguiente, conseguí reclutar a 4 vendedores más que también comenzaron a vender y… ¡Catapum de nuevo!… La competencia se llevó en avión a todo nuestro equipo de ventas a Santa Cruz (el departamento más próspero del país) y los deslumbró con quién sabe qué… En fin, cuando me enteré sentí el calor de la traición…, e hice lo único que podía haber hecho: los despedí a todos.
—¡¿Qué los despediste a todos…?! —Comenzaron las críticas. Por decirlo elegantemente.
Sin embargo, mi jefe directo, mi compañero de curso y gran amigo, Coquito, me respaldo completamente. Y volvimos a comenzar el proceso. Y, al poco tiempo… ¡Bum de nuevo! Contratamos un nuevo equipo de ventas de casi 20 vendedores que vendieron en pocos meses nuestro primer millón de dólares.
Todo era sonrisas. El éxito parecía haber llegado al fin. Además, conseguimos un nuevo socio dispuesto a financiar hasta un millón de dólares en nuestra primera Finca Modelo, la cuál iba a ser una plantación de árboles de las especies Teca, que es una de las maderas más finas del mundo, combinadas con árboles de Serebó.
Finca Modelo
Y comencé a trabajar arduamente en desarrollar nuestro plan magistral. ¡Iba a ser la mejor finca forestal del mundo! Y, ¡nuestros clientes (y por supuesto nosotros) nos íbamos a hacer millonarios!
El detalle que faltaba
A los pocos meses de sembrados los arbolitos se empezó a notar que algo no estaba bien. Las plantitas estaban muy secas y demasiado pequeñas. Muchas se empezaron a enfermar y a morir.
—¿Qué está pasando? —Comenzamos a preguntar al Ingeniero Agrónomo encargado.
—Es que está faltando más abono —respondió algo asustado el Ingeniero.
—¡Pero ya compramos un montón! —replicó el inversionista.
—Entonces, tal vez habría que fumigar con un nuevo producto a las plantitas. Además, las cabras del vecino se entraron, pues el cerco no está concluido…
—¿Cómo? ¡Pero si ya di la totalidad del dinero para el cerco! —volvió a replicar el inversionista, cada vez más acalorado y visiblemente nervioso.
Entonces el Ingeniero se acercó al oído del inversionista y le dijo susurrando:
—Lo que sucede es que el Gerente General de la empresa, Martico, está haciendo otra finca igualita a unos pocos kilómetros y se está llevando lo mejor para allá…
¡Listo!, ese fue el principio del fin del sueño. Al enterarnos, todos nos indignamos al extremo. Sin embargo, ese fue solo el principio de un montón de desaciertos increíblemente mal manejados… Al final, casi todos nos salimos del negocio. Pero la verdad es que había algo mucho más devastador en todo el asunto, que me tomo aún varios años dilucidar. No había una tecnología desarrollada que permitiera obtener plantaciones maderables exitosas en el país. Y, la investigación probó ser mucho más desafiante de lo que cualquiera pudiera haber previsto. Lo mismo le ocurrió a la competencia. Para empezar, una de las especies de árboles seleccionadas, la Teca, era de origen asiático y, prácticamente, nunca se logró que las plantas crecieran grandes y fuertes como en sus lugares de origen. Si bien la otra especie, el Serebó, era originaria del lugar y dentro de la selva se encontraban unos ejemplares realmente hermosos, dentro de las plantaciones comerciales no les iba bien. Incluso, como se vio al pasar de los años, la mayoría empezaban a morir cuando las raíces llegaban a cierta profundidad donde encontraban elementos nocivos…
Sin embargo, en muchos otros países existen, literalmente, millones de hectáreas sembradas con hermosos bosques de árboles maderables, especialmente de pino y eucalipto; pero el desafío probó ser demasiado para un grupo de soñadores que, por otra parte, jamás contaron con el apoyo del Gobierno Nacional y menos con una legislación apropiada. Simplemente, las leyes eran y siguen siendo contrarias a estos emprendimientos… Supongo que es uno de los males del tercer mundo que aún no logra salir de sus complejos y de su ignorancia.
Presentación de los libros
En muchos sentidos, me sentí devastado. No solo era haber perdido la posibilidad de enriquecerme, sino que era ver una salida del túnel de la destrucción de la naturaleza desplomarse ante mis ojos. Pues, llegué a la conclusión de que “el ser humano ya no puede ni debe seguir obteniendo la madera de los bosques naturales, la debe obtener de las plantaciones forestales”.
Lleno de impotencia y tristeza me concentré totalmente en mis libros. Trabajaba 10, 12 y hasta 14 horas cada día, como si el mundo se fuera a terminar, pero la labor parecía dantesca e inacabable. Sin embargo, lo que no se abandona, eventualmente se termina. Y, fue así, después de 13 años y de que todos mis ahorros se hubiesen esfumado, que logramos imprimir dos tomos a todo color con más de 2000 páginas llenas de fotografías, estadísticas y las historias de los mejores productores agropecuarios del país; por supuesto, aumentamos los capítulos de forestación y de las áreas protegidas, que no podían faltar dentro de esta misión que quién sabe quién fue que nos la impuso. Claro, no existe loco sin suerte, pues la impresión de este trabajo en papel couche, tapa dura, full color y empastado de lujo costaba una pequeña fortuna, pero la cooperación suiza se apiadó de nosotros y pagó el costo de la imprenta.
Aún así, el trabajo no estaba concluido, pues, debido a que el objetivo de estos libros nunca había sido el de dárselos a las personas que pudieran pagar 200 dólares por enciclopedia, que, debido al lujo de la impresión, ese era el precio de venta en las librerías. Así que trabajé 5 años adicionales para producir 7 libros más pequeños y accesibles, gracias al apoyo financiero y emocional de mi increíble amigo Coquito, mi ángel guardián, quién fue el que pagó íntegramente la producción e impresión de la Colección Bolivia Agropecuaria, compuesta de los libros: Los peces en Bolivia, Camélidos, Árboles forestales, Áreas protegidas, Huertos escolares, Técnicas para una lechería exitosa y La coca en Bolivia.
La única pequeña condición que me puso, fue que utilizara mis técnicas de negociación e intermediación, y que lograra liberarlo de 1,5 millones de dólares de juicios que tenía él y algunos de sus familiares, que amenazaban dejarlos en la quiebra, y que sus abogados no lograban solucionar (en algunos casos, por muchos años)… Lo cual, después de un sin fin de avatares, logré que todos las contrapartes desistieran totalmente de los procesos e, incluso, les pagaran algo de dinero.
Cada uno de los libros de la Colección Bolivia Agropecuaria merecen un capítulo completo o, incluso, un libro entero para contar la odisea que fue producirlos. Sin embargo, ahora, solo les puedo decir que, finalmente, después de 18 años de una quijotesca labor, finalmente, el 24 de noviembre del año 2016, se presentaron en la Academia Nacional de Ciencias de Bolivia. Y, si bien no logramos solucionar los problemas del mundo, creo y espero que hemos dejado una pequeña guía y camino marcado para los siguientes “locos” que quieran tomar la posta y, eventualmente, entre todos, logremos salvar a los bosques, no solo de Bolivia, sino del mundo entero.
Fin